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VENGANZA EN AFGANISTÁN

agosto 22, 2023

¡Qué sorpresa, el Emirato Islámico de Afganistán rompe sus promesas!

Imagen: Ali Khara – REUTERS

El 1 de mayo de 2021 todo cambió. Mucho más preocupados por cómo salir de Afganistán que por sacar adelante las obligaciones adquiridas, no se contó la verdad de lo que ya estaba ocurriendo en el que fuera, en un pasado lejano, lugar de encuentro de imperios y civilizaciones.

Nos aseguraron que las fuerzas armadas afganas estaban cada vez más capacitadas y que se podía dejar el país en sus manos…

La toma de Kabul por parte de los talibanes el 15 de agosto es el Dies Irae, el día de la ira contra las vencidas: da comienzo la falacia del integrismo moral y la patraña talibán: todo era mentira, no esperaron ni cinco minutos para aplicar “el camino claro hacia el agua”, la sharia más radical.

Para las vencidas, la venganza, la humillación, la sumisión y la muerte. Traspasar el umbral de la casa para ellas se ha transformado en una arriesgada proeza. La cólera se desata bajo la apariencia de justicia -la ley islámica- ahora convertida en la distancia, tras nuestros televisores, en una mezcla de teatro, realidad y ficción: “no puede ser que esto sea verdad”: ¡pues sí!

La justicia talibán es la herramienta con la que se castiga, somete y mata a las mujeres: es el brazo armado del poder, al que la religión extremista sirve de envoltura legitimadora, a través un sistema de represión representado como un conjunto cultural-religioso de procedimientos jurídicos.

Imagen: latercera.com

Todo responde a un pacto no escrito según el cual, asegurada la eliminación de las mujeres que más podían molestar a la estabilidad del nuevo régimen, ya fuera por su ascendencia moral o por su acción política o feminista, se ha permitido que cada localidad, que cada familia, que cada hombre ajuste sus cuentas.

Para la activación de la maquinaria represiva es fundamental la llamada a la participación de la sociedad civil masculina: la llamada a la delación es constante.

Todo es poco para agotarlas y desmoralizarlas, mientras ellas solo desean volver a la estrecha normalidad anterior, más allá de dedicarse a su familia y sacar sus vidas y las de sus hijos adelante, porque vivir se ha convertido en sobrevivir al régimen afgano.

Denunciantes, autoridades locales e informantes se mueven en el terreno de los motivos y las intenciones, mientras que los representantes de la autoridad religiosa-política lo hacen en el de las causas y los fines.

El odio puede ser considerado como un factor explicativo de sus acciones, una venganza institucionalizada que no reserva ningún papel a las mujeres. Pone en manos de cualquier varón las herramientas con las que poder canalizar el desprecio, les proporciona un discurso justificativo que no da cabida a la ambivalencia y les da respaldo moral.

Un combatiente talibán monta guardia mientras unas mujeres esperan para recibir raciones de comida distribuidas por un grupo de ayuda humanitaria, en Kabul, Afganistán, en mayo de 2023. (AP Photo/Ebrahim Noroozi)

Esto sucede mientras la “gran mayoría” permanecemos enredados en la espiral del silencio: afganas y afganos contrarios al régimen porque no pueden expresarse públicamente sin que su integridad física corra serios riesgos; aquí porque se ha aceptado la versión oficial -extendida machaconamente por la propaganda- de los gobiernos occidentales que se limitan a decir: “nada se puede hacer”.

El miedo no sólo fomenta el silencio, también es su consecuencia. Y la nueva moral se instala en torno a los discursos sobre la maldad de la mujer, que se mueve impulsada también por intereses calculados.