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ARTE REAL es una Logia aún joven. Nació en Madrid, en 1997, gracias a la iniciativa de un grupo de masones y masonas que procedían de una Logia más antigua llamada Gran Atanor.

Lleva el nº 44 en el registro de la Gran Logia Simbólica Española (GLSE), que ya entonces era la organización más numerosa de la Masonería liberal, adogmática e igualitaria en España.

Por esto último es una Logia mixta desde su nacimiento: su primer presidente (o “Venerable Maestro”, como decimos los masones) fue una mujer, la querida hermana Rita.

Arte Real trabaja en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, el más difundido en la Masonería española.

Nuestro nombre refleja muy bien la personalidad colectiva, la “manera de ser” de la Logia. Arte Real se llamaba, en la Edad Media, a la ciencia que conocían los constructores de complicados edificios, ciencia que nadie más que ellos dominaba; Arte Real era también uno de los nombres del trabajo de los alquimistas.

Unos y otros tenían algo en común: en su oficio no se limitaban a un proceso solo mecánico y material, al diseño y fabricación de muros y arcos, o al intento de purificación de los metales.

Los antiguos maçons, freemasons, Maurer, muratori o mazoneros (albañiles, constructores en distintos idiomas) y los alquimistas descubrieron, gracias a su trabajo, una trascendencia que les llenó la vida y que iba mucho más allá de la mera manipulación manual de los objetos. Los viejos masones operativos crearon una sociabilidad: la elevación de una bóveda de crucería o la búsqueda de la piedra oculta dieron lugar a maneras de ser, de comportarse y de entender la vida.

Así hoy, para los masones y masonas de nuestro tiempo (y para nuestra Logia: por eso nos llamamos así), el Arte Real es la construcción interior, el perfeccionamiento personal, la búsqueda y la comprensión de la propia conciencia. De ese modo buscamos la respuesta a las preguntas esenciales: quién soy, qué soy, dónde estoy y qué hago aquí.

El Arte Real, así entendido, es el perpetuo trabajo iniciático del Aprendiz francmasón, que nunca se acaba y que se hace gracias a la fraternidad que propicia la Masonería (semejante hoy a la de las viejas guildas o hermandades de canteros del Medievo) y al trabajo, al estudio y a la profundización en el lenguaje simbólico, que es el material del que están hechos todos los ritos masónicos. Como los antiguos obreros, trabajamos nuestra “piedra bruta” (nuestra individualidad) con las herramientas simbólicas que han usado millones de personas desde hace mucho más de trescientos años.

Y lo hacemos juntos, aprendiendo unos de otro, porque creemos que, en soledad, ese trabajo es casi imposible.

Pero nuestro trabajo no se queda ahí. Si el perfeccionamiento de cada uno fuese el único objetivo, el Taller en que trabajamos se parecería bastante a una clausura monacal o a una agrupación de místicos. Respetamos eso pero los masones y masonas de Arte Real estamos convencidos de que nuestro trabajo no termina en nosotros mismos.

Vivimos en el mundo, no en un claustro. Entendemos que la Masonería actual es, entre otras cosas, una gran escuela de humanismo y ciudadanía. Si nuestro aprendizaje, nuestro pulimento personal y nuestro entrenamiento en las herramientas simbólicas (la bellísima metáfora de la construcción de la Masonería) no sirve para ayudar a los demás, para convivir mejor, para intentar que la sociedad en que vivimos sea más perfecta, más libre y más digna, entonces a nosotros tampoco nos satisface.

Trabajamos para construir libremente nuestro futuro, para ser artífices de nuestra propia felicidad. Pero eso pasa necesariamente por contribuir a la felicidad de quienes nos rodean. Y no solo con nuestro ejemplo sino activamente. Para eso estamos aquí.