El Tiempo Primordial es eternamente recuperable, perpetuamente repetible.
Podría decirse que no «transcurre», que no constituye una «duración» irreversible. Este tiempo, es por excelencia, «parmenídeo»: siempre igual a sí mismo, no cambia ni se agota.
El tiempo aparece como algo agarrado a la esencia más pura e intranquila. En el humano está cosido a su cerebro superior, donde lo inalcanzable es eterno e insatisfecho: se involucra en el desconocido puente hacia la verdad no transcurrida donde el no/cambio es para siempre. Sin embargo, la repetición es casi inmediata.
En todas las mitologías existe un tiempo antes del tiempo, donde el mundo aún no había sido creado. Todo lo que existía era simplemente Caos (generalmente), y desde aquí los dioses / entidades primordiales se formarían y darían forma al mundo como mejor les pareciera.
En otros casos, no había nada en absoluto, y en otros aún, era un lugar indescriptible a través de las palabras.
No nos preocupa la reflexión dogmática, sino la experiencia que cada uno de nosotros puede tener. A partir de estar contenido en el Todo, el desarrollo humano conduce a la limitación y separabilidad de nuestra conciencia cotidiana, en la que vivimos porque somos un “yo”.
J.L. Borges, Epílogo a Otras inquisiciones: El hombre moderno tiene una ávida necesidad de cambio, de novedad; de manera contraria, entre los pueblos primitivos existía una fidelidad obstinada con el pasado, el cual, era visto como el modelo intemporal que debía ser repetido hasta el infinito. Este modelo se refiere al tiempo de los comienzos, al tiempo en que el mundo fue creado, donde todas las cosas tuvieron su principio, al tiempo mítico, es decir, al tiempo primordial sagrado.