En 1999, fue instituido el 25 de noviembre por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), como el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Se recuerda el asesinato en 1960 de las tres hermanas Mirabal Trujillo (conocidas como “Las Mariposas”), tras de haber sufrido torturas y violaciones por motivos políticos.
El reconocimiento creció cuando el Centro de Liderazgo Mundial de Mujeres de los Estados Unidos propuso 16 días de acción en 1991, que concluían coincidiendo con el Día de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre. Estos 16 días fueron vistos como un espacio en el que la sensibilización y las protestas destacaban la escalada de la violencia contra las mujeres y las niñas (VAWG).
¿Sirven de algo las campañas de sensibilización para combatirla? ¿Son suficientes las medidas adoptadas para hacer frente a este grave problema?
La Asamblea General de las Naciones Unidas la define como «todos los actos de violencia contra la mujer que causan o pueden causar daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, incluida la amenaza de tales actos, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea en la vida pública o privada».
Continúa habiendo personas que niegan la violencia a las mujeres por el hecho de ser mujeres. Sin reconocer el aspecto de género, se hace imposible detenerla; debemos alcanzar y entender la raíz del problema. Se promulgó este Día Internacional para arrojar luz sobre cualquier discrepancia.
La violencia individual suele ser la razón del más fuerte. Como masones deberíamos hacernos esta pregunta: ¿cuál es nuestra relación con la violencia en sí misma? Hallaremos respuestas tanto a través del estudio simbólico del ser humano como en el uso de nuestras herramientas.
Todo llama al compromiso social: poner en pie de igualdad a todas las personas, independientemente de su género.