SE VA ANDRÉS ORTIZ OSÉS, MAESTRO DEL PENSAMIENTO
No era masón. Pero eso qué importa: le interesó lo bastante el hecho masónico como para escribir, junto a Javier Otaola, uno de los mejores libros que se han escrito en lengua castellana sobre Masonería y pensamiento: “Masonería y hermenéutica”, publicado por masónica.es.
Aragonés de Tardienta (Huesca), decía que había tenido dos grandes privilegios en la vida: estudiar en Innsbruck, donde se doctoró en Filosofía hermenéutica y aprendió de Gadamer, Emerich Coreth y Franz-Karl Mayr, y dar clase en la universidad de Deusto, donde fue catedrático de Filosofía hasta su jubilación.
Ha sido uno de los filósofos españoles más importantes de nuestra época. Se le tiene por fundador de la hermenéutica simbólica y sus más de treinta libros son una fuente inagotable de sabiduría y, sobre todo, de estímulo intelectual. Quien haya tenido la fortuna de leer “Las claves simbólicas de nuestra cultura” o “La nueva filosofía hermenéutica”, entre muchos más, lo sabe.
Poeta, antropólogo, aforista, conversador deslumbrante e inagotable, Ortiz Osés era un creyente sincero y, a la vez, crítico con las estructuras. Usaba muchas veces la ironía: “Dios ha dejado de ser ingenuo para convertirse ya no en un ingeniero mecánico sino en un ingenio cuántico…. Pues los creyentes creemos en Dios, pero no sabemos si realmente existe. Al menos, como nos lo imaginamos”, decía.
Sostenía que “la única salida a la crisis de la religión y de las religiones es la entrada de la mujer masivamente a la dirección. Pero la entrada masiva de la mujer es también la clave para la posible solución de la crisis global que padecemos, ya que lo que ha hecho el hombre varón es estabilizar un modelo heroico-competitivo de capitalismo que ha desestabilizado el mundo entero. La única revolución pendiente y relevante es la revolución de la mujer con sus específico carácter, talante y talento”.
El maestro se ha ido como en el poema del masón Antonio Machado: sin ruido, ligero de equipaje, tras pelear largamente contra un cáncer y después de decirle a Javier Otaola (hace unos pocos años) que su mayor aspiración era “la de descansar en paz; el descanso eterno y la paz perpetua cantada impecablemente por la vieja liturgia: requiem aeternam dona eis Domine, et lux perpetua luceat eis”.
Gracias por tanto, maestro; gracias por tantísimo. Y buen viaje.