Existen obligaciones que tenemos hacia los demás simplemente por su condición de personas.
El enriquecimiento recíproco requiere un reconocimiento del otro positivo, capaz de respetar la alteridad.
La Francmasonería es un medio facilitador de intercambios y conocimiento mutuo, a su vez nexo de unión entre personas y culturas, que aporta elementos comunes a todos los masones, además de mantener un carácter abierto y respetuoso con las diferencias.
El contacto con la diversidad y con otras visiones abre las perspectivas y nos enriquece a todos; el establecimiento de sólidos y fraternales lazos entre Logias contribuye a fortalecer la Institución, sin importar el Oriente o la “Federación” a través de la cual se practique el Rito.
Es extraordinariamente llamativo que cada vez existan más personas que se sientan o estén solas en los países más desarrollados: deberíamos ampliar la idea y la acción de la reciprocidad en la distribución más justa e igualitaria social.
La reciprocidad ética ha sido estudiada por grandes filósofos como Beauvoir o Levinas, entre otros. Pero la perspectiva masónica se dirige hacia lugar: el fondo está en el trato que todos queremos: el reconocimiento. Somos individuos, cada uno con nuestras propias opiniones y sentimientos; opiniones y sentimientos que merecen respeto y consideración.
La idea no es tratar a todos uniformemente sino más bien la del reconocimiento de que todos, independientemente de las diferencias humanas, merecemos ser tratados con respeto y amor.
La reciprocidad es una disposición moral psicológicamente sólida y en nuestro contexto de interacción contrarresta una variedad de desafíos, para que los recursos se dispongan al uso común. Como virtud, demuestra que la ética no necesita renunciar al realismo y nos mantiene en la preocupación por la acción colectiva.