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¿QUÉ ESTA PASANDO EN COLOMBIA?

junio 8, 2021

El drama que está desangrando a Colombia, y que parece ya dirigirse a su final, es difícil de entender cuando se está lejos. En Colombia hay muchísimos masones y masonas. Uno de los hermanos de Arte Real, ilustre periodista que conoce muy bien la realidad colombiana, explica así lo que está sucediendo en ese país que nos es tan querido.

 

 

COLOMBIA: VIOLENCIA Y DESIGUALDAD

 La reforma tributaria presentada el pasado mes de abril por el presidente colombiano, Iván Duque, con el evasivo título de Ley de Desarrollo Sostenible, tenía todas las bendiciones de los economistas ortodoxos, que la consideraban razonable y necesaria para equilibrar las cuentas públicas, muy castigadas por la crisis derivada de la Covid. Pero andaba muy corta de sensibilidad social, por mucho que sus responsables afirmaran que lo recaudado gracias esa reforma permitiría otorgar un ingreso vital a muchísimos desfavorecidos y serviría, según Duque, para “eliminar la pobreza extrema en el país” en unos años.

   La perspectiva de importantes subidas de impuestos que afectarían de plano, no ya a las muy sufridas clases medias devastadas por los efectos de la pandemia, sino también a las poblaciones más débiles y vulnerables (entre otras cosas por las alzas radicales del IVA a los servicios públicos y a los productos básicos de la alimentación, en un país con 21 millones de personas en la pobreza), no podía ser recibida sin un rechazo radical.

   Y ese rechazo ha venido a sumarse dramáticamente a un descontento más general y prolongado, por la sensación de penuria, de desconfianza, de desigualdades clamorosas y de corrupción generalizada en que se desenvuelve la vida de los colombianos, según la percepción que tienen del funcionamiento del país y de su clase política. Todo ello acrecentado por la indignación que ha producido en la gente la falta de recursos y soluciones ante los estragos del coronavirus que en estos primeros días de junio ha registrado nuevos picos de contagios y cifras de fallecidos que pasan de noventa mil.

   Así, los planes y la estrategia del Gobierno, que pretendía en buena medida salvar la calificación del país lanzando a los mercados una señal de estabilidad y solvencia, se han venido abajo estruendosamente. Los paros, los bloqueos, las protestas y los enfrentamientos han alcanzado niveles insólitos y han sacado a las calles a gentes y grupos y sectores sociales que nunca antes habían participado en este tipo de movilizaciones. También la respuesta policial y militar ordenada por el gobierno ha alcanzado formas de represión, violencia y brutalidad difíciles de imaginar (con la ayuda añadida de grupos civiles armados, contratados expresamente, al servicio de los sectores económicos y de poder afectados por la protesta y el bloqueo de la actividad), lo cual ha contribuido decisivamente a prolongar y endurecer el enfrentamiento y hacer cada vez más difícil cualquier posibilidad de acuerdo. 

   En esas condiciones, no sirvió de nada, es decir, no sirvió para poner fin a las protestas, el hecho de que Iván Duque tuviera que recular, retirando las reformas anunciadas (la del sistema tributario y también la del servicio de Salud: otro proyecto gubernamental altamente conflictivo) y sacrificando incluso a su poderoso ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, y todo el equipo económico.  

   ¿Cómo no imaginaron el presidente y sus asesores el alcance de ese descontento y el potencial explosivo de una legislación tan radicalmente impopular en un clima de tensión social a punto de reventar?  ¿Arrogancia? ¿Soberbia? ¿Desprecio hacia la gente y sus problemas?  ¿Inconsciencia? Mucho de todo eso, según los análisis mínimamente críticos con el gobierno.

   Pero la mayoría de los análisis van más allá, y apuntan al alejamiento histórico y la desconexión entre el sistema político y la población, y a la brecha descomunal entre clases y castas en un país de inequidades insoportables. “Colombia es el segundo país más desigual en la región más desigual del mundo”, decía hace unos días Iván Herrera-Michel, escritor y docente colombiano, en un encuentro sobre la situación en ese país, organizado por la Logia de Estudios Theorema, de la GLSE.  Y Fernando de Yzaguirre, sociólogo español residente en Colombia y profesor en la Universidad del Atlántico, hablaba, en el mismo evento, de “democracia feudal” en un país donde “se criminaliza la libertad”, y de “una cierta apariencia de democracia” marcada por la violencia ancestral y por el poder y la capacidad corruptora del narcotráfico, y controlada por unas minorías oligárquicas insolidarias y opresoras hasta extremos inverosímiles.

   En estas condiciones, y con la presión creciente de los elementos más extremistas y antisociales del partido gobernante, el Centro Democrático (encabezados y personificados por Álvaro Uribe, el hombre que puso como presidente a Iván Duque), las probabilidades de una salida dialogada a la situación son escasas. La protesta se inició en los últimos días de abril, con los jóvenes, que sienten, lamentablemente, que no tienen mucho que perder, como los grandes protagonistas; y desde entonces, a medida que iba creciendo el número muertos (en torno a 70 hasta el momento) y desaparecidos, el clima social no ha hecho más que empeorar.

   Las mentes más lúcidas del país creen que la solución a esta crisis, y el principio de la solución a la crisis general del país, pasaría por reactivar y desarrollar con voluntad y sinceridad los acuerdos firmados a finales de 2016 por el gobierno del entonces presidente Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC. Pero a menos de un año de las próximas elecciones presidenciales en Colombia, Álvaro Uribe, el gran enemigo de los acuerdos, sigue en su papel estelar de gran desestabilizador: ahora exige más dureza y mayor contundencia por parte de las fuerzas de seguridad y del ejército para acabar con las protestas, los paros y los bloqueos. Y hasta acusa al actual presidente, Ivan Duque, su hombre, de ser demasiado blando en sus actuaciones. Y llega a proponer que sea sustituido en el cargo (por alguien menos blando, se entiende). Y así…

   Pobre Colombia.