Intentemos encontrar una respuesta a esta pregunta con ayuda de Wittgenstein, Foucault y Lacan
Wittgenstein, que estaba constantemente bajo las garras de algún tipo de cataclismo intelectual, tendía a avanzar en su pensamiento desacreditando lo que antes había pensado que era cierto. En la década de 1930, explicó por qué “dormirse en los laureles” es tan peligroso como descansar cuando se camina por la nieve: te adormeces y mueres mientras duermes.
“En la mayoría de los casos, el significado de una palabra es su uso. No es lo que dices, es la forma en que lo dices y el contexto en el que lo dices. Las palabras son cómo las usas”, afirmó en el quizás más famoso pasaje de sus investigaciones.
“Tome la palabra ‘Dios’, por ejemplo. El debate contemporáneo entre ateos y creyentes se basa en la idea de que la palabra “Dios” representa algo en el mundo real o no. Los creyentes argumentan que sí, mientras que los ateos argumentan que no. Sin embargo, ambas partes de este debate confían sin darse cuenta en una teoría pictórica del lenguaje. Según esta teoría, el lenguaje representa hechos sobre el mundo. Lo que se dice es verdadero o falso. Las dos partes nunca se encontrarán”.
La conclusión es que el uso de un término no implica necesariamente una creencia en una entidad que corresponda a este término. El significado de una palabra depende de su utilidad en el contexto, no de su referente ideal fuera de todos los contextos posibles.
La enseñanza de Wittgenstein tiene valor práctico. ¿Por qué perder el tiempo discutiendo sobre temas que nunca se resolverán cuando todo podría desinflarse con una simple pregunta: ¿Estamos hablando de lo mismo?
Nos obsesionamos con el significado de las palabras y su verdadera definición, o si estamos convencidos de que la existencia de una palabra implica lógicamente alguna esencia metafísica, o forma platónica, que corresponde a esta palabra, sin recordar que lo que da el significado de una palabra es el discurso social convencional dentro del cual se emplea.
Al prestar atención a los contextos del lenguaje ordinario que dan significado a las palabras, podemos evitar su mal uso y tratar de hacer que signifiquen cosas para las que no están hechas.
Cuanto más devolvemos las palabras a su hogar, viéndolas en términos de los contextos de lenguaje ordinario en los que funcionan, más fácil se vuelve desatar los nudos en el lenguaje y comprender lo que realmente se dice.
Foucault fue crítico con Aristóteles por su esencialismo, con Descartes por su Cogito, con Kant por su humanismo, con Hegel por su noción de progreso y totalidad y con Habermas por su utopismo.
Su pensamiento ha hecho importantes contribuciones a la teoría social que incluye tres conceptos clave: discurso, poder y conocimiento, y las definiciones dadas a estos conceptos generalmente se consideran de gran alcance.
El discurso del aula y los patrones de interacción son imprescindibles para comprender cómo el lenguaje no solo produce significado, sino que también posiciona a los hablantes en relaciones específicas de poder.
Es difícil decir si el giro lingüístico es o no una ruptura histórica o una maduración histórica. Quizás pensar en el lenguaje es completamente diferente a pensar en la representación, o quizás pensar en el lenguaje sea fruto de pensar en la representación, así como pensar en la representación fue fruto de pensar en el ser. Foucault enuncia la problemática diciendo:
“¿Se está llevando hasta el final un pensamiento que es el del siglo XIX, o se persiguen formas que ya son incompatibles con él?”. No sé qué responder a tales preguntas… Ni siquiera puedo adivinar si alguna vez podré responderlas”…
Según Lacan, el sujeto humano está siempre dividido entre un lado consciente (una mente accesible), y un lado inconsciente, una serie de pulsiones y fuerzas que permanecen inaccesibles. Para el “conocimiento” humano estos impulsos permanecen velados.
Somos lo que somos sobre la base de algo que experimentamos que nos falta —nuestra comprensión del otro— que es el otro lado de la escisión de la que debe emerger nuestro inconsciente.
Debido a que experimentamos este “algo que falta” como una falla, deseamos cerrarlo, llenarlo, reemplazarlo con algo. El inconsciente se manifiesta en la forma en que insiste en llenar el “vacío” que ha dejado lo mismo que el sujeto siente que le falta, ¡eso es el inconsciente! El Inconsciente está estructurado como un Lenguaje.
Lacan, entonces, ve las palabras, los significantes, las marcas de letras en una página, como centrales para la creación de significado (o la esencia del significado). Las palabras aportan significado al objeto; el significado no tiene sentido sin el significante.
Si tiene razón y la mayoría de los autores dicen que “sí”, nuestro inconsciente está estructurado como un lenguaje que crea nuestra identidad y nos ubica dentro del sistema del lenguaje, un sitema arbitrario y aproximado.
Solo somos capaces de pensar y expresar nuestras ideas y emociones a través del lenguaje y el único lenguaje del que disponemos es el del «otro». Las sensaciones e imágenes que se traducen en los pensamientos de nuestro inconsciente deben construirse por tanto a partir de dicho lenguaje del otro.
“El inconsciente es el discurso del “otro”.