Ha muerto el conocido como “el indio do buraco” por la forma de las chozas que construía.
Y con él se ha llevado el idioma, toda la cultura y hasta la genética de su tribu. Para la humanidad es una pérdida irreemplazable, más allá de lo irremplazable que es toda vida humana.
La noticia nos interesa por todas las facetas que tiene: por una parte, es un gran dolor y una gran pérdida, pero es también la culminación de su voluntad de seguir viviendo – y muriendo – como este ser humano deseó, y por tanto un motivo de alegría.
Y, por otra parte, es una ocasión para valorar como merece el esfuerzo de un país con tantas necesidades como es Brasil por destinar recursos a la protección de las tribus indígenas no contactadas por la sociedad moderna. Con todas sus limitaciones, posibles errores y el evidente retroceso sufrido por la institución desde la llegada al poder de Bolsonaro, la Fundación Nacional del Indio (Fundai) realiza una encomiable labor, en la que intenta compatibilizar el respeto y protección de estos pueblos ejerciendo una cierta tutela sobre estos ciudadanos especiales.
Cierto es que aún hay muchos agujeros en esta red protectora, muchos abusos consentidos y mucha corrupción, de lo que es prueba evidente el asesinato de toda la tribu de este hombre que acaba de morir. Pero la idea y desempeño general de la Fundai ha hecho mucho por el respeto de los derechos humanos de los pueblos no contactados de la selva brasileña.
En 2009, Vincent Carelli presentó “Corumbiara”, largometraje que contiene grabaciones de pueblos indígenas aislados en esta región amazónica. En una de las escenas nos muestran a un granjero amenazando con disparar a un indio que está dentro de un agujero, si lo ve.
En noviembre del mismo año, uno de los retenes de la FUNAI en la reserva fue atacado por un grupo armado; dejaron dos cartuchos usados frente a la base, previamente destrozada. Según la fundación, fue obra de agricultores de la zona, descontentos con la restricción al uso de la tierra indígena Tanaru, que tiene 8.070 hectáreas y se ubica cerca de Corumbiara.
Los rastros observados en el sitio indican, sin embargo, que nuestro protagonista de hoy habría sobrevivido al ataque.
En enero 2010, alertadas por el ataque, las organizaciones de defensa indias publicaron una carta, dirigida al entonces presidente del país – Luiz Inácio Lula da Silva- llamando la atención sobre las condiciones críticas de los grupos aislados en la Amazonía, en particular las tribus de Rondônia y otros grupos del valle del Guaporé y el río Madeira.
Cautro meses más tarde, Naciones Unidas realizó una reunión de consulta sobre lineamientos para la protección de los pueblos indígenas aislados y de contacto inicial de la Amazonía y Gran Chaco. Los fiscales federales declararon que la institución estaba tratando de aplicar el “principio de precaución” para evitar el contacto y modificación de las tierras habitadas por indígenas, dada la interdependencia de estos pueblos con el medio ambiente en el que viven.
Como masones, celebramos siempre el triunfo de la libertad individual, el que este hombre haya podido vivir a su manera. Lamentamos su muerte y la pérdida que ésta significa para toda la humanidad, y deseamos que la Fundai siga tutelando con respeto y dedicación a estas tribus no contactadas, con su delicadísimo equilibrio. Deseamos también que puedan disponer de más recursos e infraestructura institucional para hacer efectiva su muy necesaria y difícil labor.
El indio mismo se vuelve más importante como una abstracción que refleja los valores de la sociedad, no nos referimos solo a la brasileña, y los siglos de actitudes culturales de la sociedad occidental hacia estos habitantes de su propio espacio natural. Desde “El buen salvaje” de Jean-Jacques Rousseau hasta el “Pueblo feroz” de Napoleón Chagnon, lo que pensamos de los indios dice tanto sobre nosotros y nuestros valores como sobre ellos.
Este indio, que era una presa, un refugiado asediado que huía de nuestro “primer mundo”, ha sido visto por algunos como una barrera al progreso. Esta idea se ha llegado a desarrollar gracias a la influencia de las multinacionales o hacendados locales que han desplazado y/o asesinado a sus propios indígenas en aras de los beneficios económicos.
Debería quedar claro que, su valor simbólico, para nosotros los masones, no debería ser el de una historia de búsqueda, a través del rastreo del indio solitario todos estos años. Ahora que ha abandonado este mundo en su hamaca cubierto de plumas de guacamayo, se abren otros interrogantes:
¿Qué haber hecho con el último miembro de una tribu? ¿Capturarlo? ¿Llevarlo a un lugar seguro tras el exterminio de los ganaderos en la década de 1970 del resto de sus congéners?
Dejarlo en paz, no para que lo maten los madereros, los mineros o campesinos que no aceptan la restricción de uso de la tierra indígena Tanaru, si no protegiendo una gran y valiosa franja de jungla para un hombre que no podía reproducirse y a quien probablemente nadie conocería jamás.
OTROS INDIOS MASACRADOS SIN PIEDAD
En 1963 tuvo lugar la llamada masacre del paralelo 11, recogida en un libro de la organización Survival International, en la que una empresa de extracción de caucho, Junqueira&Co., provocó una matanza entre los indios Cinta-Larga. Su dueño, Antonio Mascarenhas, alquiló una avioneta con la que sobrevoló la aldea de esta tribu y sobre sobre ella mandó lanzar cartuchos de dinamita. Después, un grupo de asesinos a sueldo entraron a sangre y fuego rematando a los supervivientes.
El juez que instruyó el caso afirmó: «nunca he tenido noticia de un caso en el que se haya dado tanta violencia, tanta ignominia, egoísmo y salvajismo, así como falta de aprecio por la vida humana».
En 1975, uno de los implicados, José Duarte de Prado, fue sentenciado a 10 años de cárcel. Pero fue indultado meses más tarde. Durante su proceso declaró: «Está bien matar indios, son perezosos y traidores».
Video grabado por Fundai.