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LO QUE DIJO MALALA

agosto 23, 2021

Malala Yousafzai dijo esa tremenda frase cuando era casi una adolescente. Cuando los talibán, que dominaban en la región de Pakistán en que ella vivía (valle de Swat, en la provincia de Khyber Pastunjuá, en el noroeste), decidieron prohibir que las niñas fuesen a la escuela porque eso “ofendía a Dios”, ella tenía alrededor de doce años y un ordenador. Con él, aquella cría tan inteligente empezó a escribir un blog (bajo seudónimo) para la BBC, en el que contaba cómo era la vida bajo los talibán, cómo hacían las niñas para aprender y cómo la gente lograba sobrevivir bajo aquellos fanáticos.

Malala se hizo muy conocida en internet. Dio entrevistas a periódicos y cadenas de televisión. Su nombre se hizo público. Incluso la propusieron para algunos premios importantes.

El ejército pakistaní entró en el valle de Swat y echó a los talibán. Pero en la tarde del 9 de octubre de 2012 (Malala tenía quince años) un tipo se subió al autobús escolar en el que Malala iba a clase y preguntó por ella. Cuando la identificó, le disparó tres veces en la cabeza. Increíblemente, Malala sobrevivió y fue operada en Inglaterra. Hubo que reconstruirle la cara. Y a partir de ese momento se convirtió en un símbolo mundial de la libertad de las mujeres y de los derechos humanos, sobre todo el derecho a la educación.

Malala fue incluida en la lista de las cien personas más influyentes del mundo en 2013, 2014 y 2015. Habló ante la Asamblea de las Naciones Unidas. Canadá la hizo ciudadana honoraria. Le dieron, entre muchos galardones más, el Premio Sajárov, doctorados “honoris causa” y por fin, en 2014, el premio Nobel de la Paz, por su lucha incesante en favor de las mujeres y de su derecho a la educación, cualquiera que sea el país en que hayan nacido. Tenía 17 años. Es la persona más joven de la historia en recibir ese premio.

Los talibán fueron derrotados en Afganistán en 2001 y el país vivió una ilusión de libertad y democracia (siempre amenazadas) que ha durado veinte años. Ahora, con la rápida huida de los occidentales y el desmoronamiento del gobierno democrático, esos fanáticos religiosos han recuperado el poder y se disponen a devolver a Afganistán… no a la situación anterior a 2001, sino a la Edad Media. Los derechos logrados por millones de mujeres que consiguieron estudiar y convertirse en abogadas, maestras, médicos o diputadas van a ser cortados de raíz. Las mujeres, todas las mujeres, volverán a ser esclavizadas, deberán llevar el humillante burka, no podrán salir de casa si no es acompañadas de un familiar varón y, por supuesto, las niñas ya no podrán estudiar.

¿Todo lo que se ha hecho en estos últimos veinte años no ha servido, entonces, para nada? Los masones y masonas de Arte Real pensamos que sí sirve. Porque, como decía Malala cuando era apenas una cría, a una persona que ha recibido educación es muy difícil someterla, esclavizarla, reducirla a la nada. Eso solo puede hacerse por la fuerza. Y la fuerza jamás dura siempre. Son muchos cientos de miles las mujeres afganas que han recibido una educación y que han logrado el sueño de una vida digna. Los talibán, es verdad, tienen las armas. Pero es lo único que tienen.

Ahora nos toca actuar a nosotros, los privilegiados occidentales que vivimos en países donde nadie cuestiona siquiera que las niñas puedan estudiar, que la gente no pueda ser torturada, que exista la televisión, que se pueda escuchar música, que se respeten los derechos humanos o que a la gente no se la mate por no creer en las mismas locuras fanáticas de quienes han regresado al poder.

Ahora nos toca estar pendientes de lo que ocurra en ese país, saberlo y sobre todo difundirlo. Repetirlo. Publicarlo hasta que la verdad se haga ensordecedora. Hasta que los países que, más o menos en silencio, sostienen a los talibán por razones geopolíticas (Pakistán, Rusia, China y algunos más) tengan miedo de mostrar públicamente su apoyo a un régimen de carniceros en el que solo se permite su demencial manera de interpretar a su dios.

No callemos. No callemos nunca. Pase el tiempo que pase. No consintamos que las mujeres afganas sean condenadas, además de por los clérigos de los talibán, por nuestro silencio. Seríamos cómplices de esos fanáticos. No callemos hasta que, tarde lo que tarde, en Afganistán vuelva a haber libertad para que las niñas vayan a la escuela, como hacía Malala cuando la dispararon; hasta que en ese desdichado país vuelvan a vislumbrarse al menos la libertad, la igualdad y la fraternidad.

No callemos. Porque los talibán tienen la fuerza, las armas y el apoyo vergonzante de algunos países. Pero nosotros, como las mujeres afganas, tenemos la razón, las palabra… y la historia. Y la historia nunca va hacia atrás, aunque algunas veces lo parezca, aunque algunas veces tarde mucho en recuperar el rumbo.

No callemos nunca.