La belleza es una lámpara para vivir, para existir en lo no material, en lo que no se puede tocar con las manos.
Como sentimiento, como electricidad que recorre cuerpo, mente y alma, San Agustín en el Libro X de sus “Confesiones” se aproxima con una descripción:
“Te probé y solo siento hambre y sed de ti. Me tocaste y me incendiaste para alcanzar esa paz que era tuya”.
La primera gran obra filosófica sobre la belleza, en el canon occidental, es el “Simposio” de Platón, en el que describe las etapas del amor por la belleza. Es una filosofía estética. Esta visión es objetiva, y describe el mundo físico en el que vivimos como no real: existe otro reino al que denomina el reino de las formas. El mundo físico es solo una sombra de este reino, que es verdadero e inmutable. Así, el concepto de belleza es algo intacto, perfecto y no depende del observador.
Más tarde, tanto Aristóteles como Kant describen una experiencia estética de liberación que resulta en un placer que, de alguna manera, es edificante y está conectado con la conciencia de algún tipo de propósito más elevado para nuestras vidas, revelado por la razón. Ambos implican lo sublime en lo bello o, simplemente, la belleza filosófica.
La Masonería es una de las pocas instituciones asociativas de carácter universal que trabaja simbólicamente con aspectos relacionados con la arquitectura, la geometría y la belleza: lo hermético se hace luz.
El sentimiento de belleza ocurre dentro de nosotros, pero hay algo real en el estímulo de la belleza. Es la dialéctica, la relación, entre el interior y el exterior lo que crea una experiencia de belleza.
