Vivimos de manera ajetreada, en piloto automático, llenando nuestras agendas de cosas por hacer, trayendo a nuestra vida ansiedad y prisas.
En el discurso normal hablamos del tiempo como condición de la acción, el pensamiento y los acontecimientos: intervenir oportunamente, vivir anacrónicamente o adelantarse al mismo.
Adverbialmente entendido, el tiempo se experimenta como una oscilación entre lo oportuno y lo intempestivo. Crucial para esto es el ritmo, y el acceso al tiempo así entendido es más acústico que visual. Oímos el tiempo, no lo vemos, pero si vemos el tiempo, lo hacemos sólo a través de su estructura rítmica, acústica y, de hecho, musical.
Existen diferentes ritmos de lo oportuno/intempestivo. El tiempo puede ser un ritmo vivo entre la “energía de los comienzos” y la mecanicidad. Han existido gran cantidad de intentos iconográficos y conceptuales para representar el ritmo de la vida como devenir y metamorfosis.
¿Cómo fluctuar en el devenir?
El ritmo generalmente se asocia con el movimiento, pero existe otro ritmo que se siente: no se ve ni se escucha. Nos referimos a esa sensación de armonía que se nota por dentro, que puede percibirse en soledad, en ciertos ambientes, o al compartir momentos con cierto tipo de personas.
Es una búsqueda en la que solemos pasar por alto la complejidad de la materia y la forma; del vínculo entre la mente y el cuerpo; la correcta actitud mental; la necesidad de continuidad y coordinación del pensamiento y la expresión; y la importancia vital de la reflexión y la concentración adecuadas.
Tal vez, cada uno de nosotros deberíamos aprender a pensar rítmicamente en los numerosos planos de la mente a los que podemos aspirar: planos de pensamiento más profundo, sin pensamientos externos o sentimientos emocionales que interfieran.
¿Está relacionado el desarrollo del pensamiento rítmico con el ritmo de nuestra vida?
Buscar en nuestro interior una paz mental que sobrepase todo entendimiento no se logra esforzándose por divorciar la mente del pensamiento activo; la Masonería lo intenta ayudándonos a reconocer nuestras propias facultades y a través de herramientas simbólicas, que aprendemos a utilizar en nuestra propia construcción con valores, para llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos.