Para que sea posible el diálogo hay que compartir un mundo denso y múltiple de intereses comunes.

Este interés, que para la Francmasonería no es solo aquello que nos permite reconocernos como distintos dentro de un sistema y comprender, léase compartir, se desarrolla a través de la escucha y enriquecimiento de las aportaciones de los demás en Logia, del diálogo para superar los problemas y que sirve, además para nuestro avance personal en el camino de la verdad.
Si el ritual parece estar orientado hacia el cultivo del interior o está autoconscientemente orientado hacia el cultivo del alma -establece una puerta de entrada que separa la vida profana de la vida espiritual-, silencio y diálogo son, en la Masonería, la dualidad que se trasciende a sí misma. El tener derecho a hablar es un recurso escaso. Para protegerlo bien, hay que aprender a hablar en el momento adecuado y no sobre todo. Entonces, ¿para cuándo el diálogo? Las fronteras masónicas, a veces cerradas y otras abiertas abiertas, a veces fijas, a veces móviles, están entre la grandeza de sus ideales y las degradadoras limitaciones de la realidad.
Ernst y Falk: diálogos para masones (1778-1780): Wolfenbüttel, 1778
“Muy gentil Duque: También yo he bebido en la fuente de la verdad. Hasta donde he conseguido profundizarla solo puede juzgar aquel cuya venia aguardo para extraerla aun de mayor profundidad. El pueblo que hace tiempo ansía por beberla, perece de sed. De Su Gracia, su servidor más humilde”.
Diálogos masonicos -Gotthold Ephraim Lessing