El debate sobre quién es humano y quién no, y en qué consiste, precisamente la humanidad, no es nuevo.
Una línea simbólica y material evidencia una sólida relación entre Adán, el “señor de las bestias”, y la composición de una mitología de lo animado, que llega a convertirse en desprecio por la mujer.
Animales, desde el noble unicornio hasta el humilde erizo, habitan esta especie de mapa mental -el bestiario- que no contiene, como Wikipedia, sus hábitats, las clasificaciones científicas o las preferencias alimentarias, sino que explican su lugar dentro del cosmovisión cristiana, interpretadas como evidencia del plan divino de Dios para el mundo.
Los bestiarios dieron vida a criaturas tanto reales como fantásticas ante los ojos de un lector que, en aquellos tiempos, era únicamente masculino. La gran difusión de estos manuscritos popularizó estos compendios de animales, que fueron adaptados a otros medios además de los manuscritos, a otras religiones y maneras de entender a las bestias gracias, en parte, a su propensión a las doncellas (que eran y son el foco de sus protagonistas), transformándose (aparte de ser un símbolo religioso) en un emblema del amor cortés.
El estudio de los animales en la iconografía medieval nos permite comprender las conexiones entre aquel mundo animal (que incluía a las mujeres), los hombres y la sociedad en general. El bestiario es una valiosa fuente de información sobre las creencias medievales, alguna de la cuales se han prolongado hasta hoy en día.
Durante la Edad Media, la observación no era la única forma de acceder a la verdad. Las alegorías y el simbolismo de las bestias eran importantes. Lo imaginario no se oponía a la realidad; las bestias imaginarias eran tan reales para ellos como las mujeres vivas. Su conocimiento provino de renombrados autores antiguos y de la Biblia.
Las bestias pasaron de ser de figuras alegóricas prominentes en la Edad Media, a impregnar las relaciones de poder desiguales y opresivas del patriarcado.
Las maravillosas y deliciosas historias del bestiario medieval fueron convertidas, por ejemplo, por el Arcipreste de Hita en su “Libro del buen amor”, en descripciones sobre mujeres que identifica con el mundo animal frente al de la especie humana. La animalización que realiza del retrato femenino es construida mediante imágenes, símiles, metáforas y símbolos plasmados en garzas, gatos, conejos, ovejas, vacas, caballos, zorras o cigüeñas: mujeres-bestias siempre malvadas…
Sí, en la literatura misógina se trazan paralelismos entre mujeres y animales, y ese hecho, junto con la comparabilidad incondicional de las mujeres con las bestias en la poesía amorosa -en oposición a la comparabilidad condicionada del sujeto masculino- muestra que, en la jerarquía medieval de las criaturas, existe otro rango más: el de los animales humanos frente a los no humanos. El varón conferirá nombre a los animales y a las cosas y, además, hablará a través de ellos, participando las desavenencias con las hembras en la fábula animal.
Pero de nada sirve tratar de identificar cada una de las extrañas bichas descritas en los mapas conceptuales que todavía rigen las mentes de muchísimas personas (incluso en el de las que se llegó a denominar bestias).
Deberíamos encontrar herramientas para cambiar las vidas de las mujeres y la comprensión de su mundo por parte de los hombres. He aquí una propuesta que la AECID realizó para Colombia: CAJA DE HERRAMIENTAS.
Las Hermanas y los hermanos de la R.·. L.·. Arte Real N.º 44 en el O.·. de Madrid estiman que deberíamos, todos, hacer un examen de “sentido común” sobre la ética encerrada en las “relaciones contextuales”, que intentan explicar malamente qué pasa con las mujeres del S. XXI. Necesitamos abrir la puerta de salida de este estado de “preocupación por la mujer” y caminar hacia la marcha efectiva de la protección de los intereses de las mujeres, pero sin complejos.