¿Qué esperamos del año que iniciamos? Tal vez no sea ésta la pregunta correcta y deberíamos averiguar qué esperamos de nosotros mismos.

Hay una maravillosa sensación de renovación al final de un año y al comienzo del siguiente. El día de Año Nuevo, cuando terminan los cantos, los fuegos artificiales y los brindis con champán, algunas personas hacemos un balance y planificamos objetivos para mejorarla.
Esto se refleja en una de las costumbres más populares y clave en el significado del Año Nuevo: los buenos propósitos.
Como promedio, cada ser humano de los países desarrollados tenemos 2 buenas intenciones al comenzar un nuevo año. Las más repetidas son adelgazar y dejar de fumar.
También podemos desear hacer las cosas mejor, abonanzarnos como personas. Existen propósitos de mejora psicológica y moral: el control de uno mismo, no ser víctima de las circunstancias, ni siquiera de las que uno mismo provoca, sino ser individuos que puedan tomar decisiones para cambiar aspectos de nuestra vida concretos.

Hay un viejo dicho que dice: “Lo que hagas el día de año nuevo, lo harás durante el resto del año”…
La vida está en nuestras propias manos. ¿Por qué molestarse? Para ser feliz. El día de Año Nuevo, muchas personas aceptan, a menudo más implícitamente que explícitamente, que la felicidad proviene del logro de valores.
Cuando las circunstancias no acompañan, tal vez lo correcto sea enfocar nuestras decisiones vitales porque, a pesar de nuestras mejores intenciones, es probable que falle en algún momento nuestro viaje de año nuevo.
La pregunta no es ¿cómo podemos evitarlo? sino ¿qué haremos entonces? Tal vez si tuviéramos un plan para retomar el propósito de otra manera o si pudiéramos aprender de los reveses, podríamos llegaríamos a esa meta más adelante, con un poco más de esfuerzo.
La clave es no abandonar sino superarnos, ¡Vamos!